
poemas*
Cecilia Collazo

Cae la helada
sobre el techo de chapa
y moja nuestra cama
la que mi madre
cubre con su saco,
el mismo
le servirá de abrigo
para enfrentar el nuevo día
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El cuerpo
lleva la marca
de la historia,
la suya propia
la de los ancestros,
después de esa marca
el cuerpo no es el mismo,
como una casa
cuando sus paredes ceden
y se quiebra,
si el cuerpo
asocia la marca con la historia,
crece
sino,
perece enfermo para siempre.
El cuerpo elige.
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Para asentar el polvo,
mojábamos con agua
el piso de tierra,
el día
que conocimos el mosaico,
nuestros ojos
miraron siempre al piso.
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Volar en avión
a diez mil kilómetros de altura
y caer en picada al descubrir
la violencia del padre.
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Para poder sobrevivir
callamos el adentro.
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Esquirlas
de guerra
lleva lo que escribo.
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Cómo hablar
del cuerpo en la palabra
si la palabra
no recubre todo el cuerpo,
me lo pregunto
cuando escribo.
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Decís Clarice,
“escribir extrae sangre”,
si es así,
nunca más volveré hacerlo.
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La madriguera
Por esa noticia
que hoy leí en el diario
recordé a mi padre aquella madrugada
donde trabó puertas, encintó ventanas
abrió las hornallas muy a puro a gas
mi madre,
haciéndose la tonta logró levantarse
y en el pagarlas abrió las ventas
y nos echó a volar.
Dicen
que a los locos
siempre
hay que darles la razón.
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¿Es mi casa un cuerpo?
¿Es el cuerpo el poema?
¿Es la poesía
la casa, que habito?
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El hermano
Con doce años
nos mantiene en esta casa,
trabaja
de dos de la mañana,
hasta que el pan que cuece
se vende en la vidriera,
deja el colegio,
crece de golpe,
pierde la infancia como si tal cosa,
es el padre el que debe mantenerla,
y es el hijo el que paga por sus deudas.
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Sentirse
un bicho cuando las notas
no alcanzan y me llaman
del gabinete de la escuela,
que un niño con hambre
no puede aprender?
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Soy
esa loba
que corre
tras mendrugos,
la que calla
como el almendro
que nada dice,
esa que escucha
como la ciega
que nada ve.
Soy
la que escribe
eso que corre,
aquello que calla,
esto que escucha,
eso sin ver.
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Se habrán dado cuenta
lo triste que fuimos,
un dique de río sin agua
el frío cortando el espíritu.
Y la hiedra,
marcando el afuera
y el adentro.
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El poema
Y no era
una palabra a escuchar
ni una imagen a ver
ni un recuerdo a recordar,
se me apareció como un rayo.
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Descalza de sol
miro a las nenas
que usan guillerminas.
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Qué tareas
monstruosa es leerse
en lo que escribe de uno mismo
lo que uno escribe,
si su raíz nos habla en carne viva.
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Pone el zapato
sobre las hojas del diario
marca con lápiz el contorno
y lo recorta, mete esa especie
de plantilla de papeles en su interior
y digo bajito sin que ella escuche
“Cuando vayas a la escuela,
no levantes los pies”,
no levantes los pies,
no levantes los pies”
Aunque el papel disimula
el agujero de la suela,
igual se nota y pasa el frío
cuando me lo pruebo,
y repito, en una sola idea
para no olvidarme,
“¡Por favor!”
“No levantes los pies,
no levantes los pies,
no levantes los pies
mañana en la escuela.
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Del vestido hice pollera
de la pollera, pañuelo
de éste tomé sus hilos
para hacer un entramado
del entramado un recorte
y del recorte un sendero.
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Tal vez ya era poeta
a los diez años
cuando
no sabía qué hacer
con lo sensible.
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Pájaros
de vientre,
donde
vuelan entrañas
pájaros
sobre la falda
entre
su ruedo y el sol
esa,
sosteniendo
el norte mientras
la luna hace la noche
soy
esa mujer,
sin nombrar
todos sus pájaros,
que sabe, volarán.
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Me habita un pájaro
que se sorprende con el viento.
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Encontrar lo vivo,
¿Hay poesía más grande?
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El pasillo
hasta tu cama es tan largo
un silencio familiar lastima los oídos,
los abuelos mudos, los tíos y mi hermano,
la tristeza del golpe emparchado
que no entiendo,
la sumisión hasta el despojo,
de ser una mujer resto
y del resto, una nada
pero madre,
quién dijo que la vida era eso,
recibir golpes muda,
callar el golpe como esposa que
de soportar tanta locura, ya nada siente.
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*Estos poemas pertenencen al libro: Encarna –esa casa, La casa- (2023)
De Ediciones En Danza. Bs.As. Argentina. Cecilia Elsa Collazo