
contra distancia
Macarena Trigo

una
Diez mil setecientos cincuenta y cuatro
kilómetros distancian nuestros cuerpos
desde hace veinte años. Jamás
la geografía logró borrar tu paso
pero el tiempo, mi amor, hizo lo propio.
Nos convirtió en mujeres de alguien
más, sembró ritos, costumbres
responsabilidades. Allá donde el deseo
con paciencia infinita nos prendía
el cigarro y llenaba la copa
hoy se impone quién sabe qué parca
mansedumbre. No me quejo.
Aprendí o me enseñaron que tu felicidad
era la mía. Aunque fuera con otro
y tan distinta a todo lo soñado.
Se me ocurre, océano mediante
que el eco de tu cuerpo alcanza ahora
mis células. Una forma del ser
tan oriental, omnipresente, bella
donde una y una nunca suman dos.
Te cedo a ti el honor
de despejar la incógnita, la misteriosa
X
que a todas luces somos en este mundo roto
donde las cosas pasan tan rápido y de largo
que mañana podría, aerolínea mediante
tenerte entre mis brazos como si todo esto
la vida, su franqueza
no hubiera sido así y nosotras
no sé.
dos
Nadie abandona Buenos Aires.
Nadie olvida el lugar donde fue
feliz contra, pese, por.
Nunca feliz sin más.
Labramos otro Estado en dólar
molotov y plata fina
mientras el agua entibia
los huesos insalubres
mansos por la humedad y las expensas.
Nadie abandona Buenos Aires.
Se lleva a todas partes. Aparece
se expande como el putísimo
universo
en cada recoveco de tu cráneo.
Cuando escribo
nadie abandona Buenos Aires
nos mato y muero ahí.
Junto al puñado terco
de cirujas pirotécnicos
arbolitos, candidatos
a eterna residencia
internacional.
La barbarie mediática trafica
porvenir en horizontes limpios
de esta herida. El Extranjero
en llamas descarrila, pervierte
abduce malpartidos. Unos van
otros vuelven. Hay gente para todos
los lugares. Pero nadie abandona
Buenos Aires.
Sus avenidas cruzan
imperfección de arteria
y ritman nuestro pulso.
Escuchen.
Este tic tac de relojito a cuerda
de bomba esperanzada
este tic tac rabioso.
Escuchen.
Nadie se va ni llega
cuando el amor desmiente
la raíz y se crece de golpe
contrariando el sentido de la norma.
Nadie abandona Buenos Aires
después de haberla visto
marchitar y bailar
en consecuencia, llorar
por los ausentes
mientras el desgobierno
azota como suele.
Siempre comienza algo
en Buenos Aires. Lo sabe el mismo Dios
con quien compite.
Cómo irse de un lugar que no termina
nunca
de escribirse.
**
tres
Contemplemos ahora la luna, esa inconstante
como si en cada cráter hubiera una respuesta
o sirvieran café para pasar la noche
la obtusa larga noche de la espera.
No me jodas, insisto: no me jodas.
No rompas a quien aún me debo
no arranques la raíz
que nunca eché pero acerté a sanar.
Maldigo cuánto quiebra el templo
de ese cuerpo que alguna vez
fue faro, voz y sombra
donde echarse a crecer
o descansar. Maldigo no saber
qué hacer con esto, con la breve
certeza de que nadie nos salva
pero tantos nos logran
habilitan, abrazan, sin querer
ni tratar, apenas siendo
esa ventana al mundo que se abre
cuando los dioses cierran
cada puerta.