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Polvo
Catalina Alvarado

Mariana está a punto de llegar, la muy terca. Mariana no entiende, le explico y no entiende.
Insiste en cambiarse conmigo aunque yo le digo que es imposible, que un gordo es un
gordo y una princesa es una princesa.
No hago como pienso, creo que es porque soy gordo y no dejo de serlo. Timbran y corro
como un bruto a abrirle.
—Mariana te dije que no vinieras, le digo sonriendo. Ella responde juntando los labios
como un pajarito y me entrega un pan de chocolate. ¡Qué delicia! “No puedes quedarte
mucho tiempo”, quiero decirle, pero el pan me llena la boca y nada de lo que pienso se hace
sonido.
Me mira confiada, saca de un gran bolso un vestido de mujer y lo extiende sobre la mesa
del comedor. Paso la mirada de la mesa a sus ojos y mi mano deja caer lo que queda del
pan. Me desvisto sin vergüenza mientras ella se despoja de su ropa como un reflejo y me
mira fijo. Me ayuda a ponerme mi nueva piel estampada y se cubre con la camiseta de
gordo que adorna el suelo.
Eres la más linda de todas, me dice mientras me acaricia la cara. Me toma de la mano me y
guía fuera de la casa, hasta el río, que no nos detiene. Con el agua hasta la cintura elevamos
las piernas y nos entregamos a su curso común.
Sobre nosotros se alza un cielo despejado que no sabe contarnos hasta dónde o hasta
cuándo.