
australes
Lourdes Marín

Mi deseo es que te quedes aquí
pisando la línea chueca
donde comienzan los muslos
y la vida grita
y tropieza ciega
y añora hacerse eco.
Sabes que te invitaría siempre a visitar el agua.
Estás construido de barro y sangre
chorreas esperma.
Gente como tú o como yo
nace en medio del mar austral
junto a los salmones,
la sal yodada
y contaminantes antibióticos.
Yo me ocultaba dentro de los moluscos
solo ahí la piel no se me corroía.
Era bestial el frío
bestial la belleza gélida
de lo inmenso-inabarcable.
Atemorizaba, pero no mataba.
Había algo de mi propia materialidad flotando entre olas.
Me arranqué las aletas por la noche
y me zurcí a la orilla
respirando oxígeno y vahos de tierra nueva.
Y es que tuve necesidad de lo pequeño
de la mundanidad de lo humano
de los hombres
de lo feo
de lo no-monumental
de lo táctil-dactilar
de lo puro corpóreo.
Por la mañana la pescadora acercó su rostro
y con misterios de poeta vieja
me presentó la vida:
Si permaneces cerca del fuego
todo convivirá en el cuerpo
pertenecerá al cuerpo
y encarnará en mi cuerpo.
Yo ya no extrañaré cabalgar míticos animales subterráneos.
Soy ella
la mujer
la mamífera fértil de leche materna
que goza de memoria oceánica.