
rinoceronte
Carlos Armando Castillo

RINOCERONTE I
El tam tam de los tontos parlantes
Inunda con su música hueca
Rebota enfermo en una ciudad sin nombres.
Insiste.
Pulsa en la sien de aquello gastado. Gritos ausentes
De significado
Cuyo delirante deseo es llegar a la eternidad.
Ojos humanos, fríos, dignos, enfermizos.
Siempre dicen no. Los
Perros ladran esa noche.
Muerden el aire sin dueño. Los
Ruidos hieren en las puertas
Turban la autoridad de las ancianas.
Desde la ventana de un tercer piso
Sale un humo sin plegarias
Y se enreda en el polvo del desastre.
También una voz, un hado demente
¿Quién quiere bailar con las moscas?
Mohammed, escribe
Cartas a la policía, que no sabe nada.
No sabe hacer su trabajo; dice: «soy un dios
sin párpados, he de matar vuestros niños».
El niño sin boca
Canta su carta con fuego.
Mohammed repite su locura en el aire.
El cielo responde.
Y todo lo demás
Quedó suspendido.
Temblando, como un puñado de ceniza
Antes de rendirse: desgarra la forma del viento.
Y en su aliento crecen tempestades.
Estremecen al observador silencioso.
Una descarga se abre paso
Se desprende
Se agita.
Nubes de oscura sustancia.
Abre los brazos para no temblar.
Alguien grita algo que nadie escucha.
Alguien escribe cartas a dioses sordos.
Abre la boca.
Nada puede pasar, eso piensan.
Hasta que revienta una grieta blanca.
No hay sonido, solo la súbita certeza
Que aturde el centro nervioso
Que los cuerpos se evaporan.
Se queman en un instante de evasión.
EXCAVACIÓN
Encendido el núcleo de sonidos y emociones.
Verdadera manifestación de música, de levedad.
Pero ya sale el disco de rayos quemadores.
Rasga la gasa tóxica, tos de carburador.
Destila en la intimidad una lengua química.
Entre escoria de rotores hambrientos.
Los pájaros atraviesan el viento a su favor.
Unos pájaros se salvan de estas jaulas
Otros se desbaratan con la lluvia.
Urgencia de sombras impresas en el aire.
Ceniza de polvo y humo
Dibujan un gesto imposible
Huyen en la tormenta de alquitrán.
A.
No puedes saber. Aquí, ahora,
los días pasan rápido.
¿Quién soy?
Ni aquí, ni ahora.
(Aquí, ahora, menos que nunca).
Puedes esperar la casual distracción,
me trasnocho:
inventando combinaciones perpetuas:
estoy seguro, (la palabra
intestinos sigue siendo horrible).
Nudos.
Ojos que hablan, fijos.
Los ojos que más nos ayudan
a cambiar nuestros ojos.
Hilos de palabras: insípido suero.
Membranas que se abren: un martes.
Era eso.
C.
Encerrado prosigo en mi nocturna faena;
revisar las posibles ramificaciones,
corregir las inflexiones molestas.
Desecho, por supuesto
las palabras que la escoria cubre,
cansadas del artificio interno,
de la evasión.
Era un sistema de imágenes
joven todavía,
avanza en línea,
dispersa rompiendo.
¡Oh! Eternos comedores de harina.
¡Oh! Cadillacs que huyen del rock.
Tocan su tecladito: viajan
por los aires.
Conocen la chuspa occidental del país;
el disco volante hace entristecer
los cerebros
y mientras gira
se siente extinto en su nostalgia.
NUEVE DE JULIO DE 2006
Unos pájaros se salvan de estas jaulas,
otros se desbaratan con la lluvia
y los que quedan farfullan sobre piedras redondas
al borde del camino.
Fingen cantar en un abismo de dioses lejanos,
sombras de antiguos suicidios.
El poder se diluye en la espiral,
un concepto atrapado en la corriente turbia
devora sus ojos atrapados: parecen vivos.
En la tienda de los insanos sueños
como disecados adornos que gotean sangre en sus bordes
engañado por películas enfermas.
El desastre del viento lanza la última moneda
Las bestias del cuerpo huyen de las manos.
En la noche de los pájaros hambrientos,
alguien bebe advertencias del desastre.
El horror de la ceniza sella un rostro blanco,
pálida, ciega,
una máscara helada.